Actualización (24 de septiembre de 2.008)
Ovidio: Metamorfosis, II, 872-875 ss. (Traducción de Ely Leonetti Jungl para la edición de Espasa-Calpe, Madrid, 1.997, XIX edición, pp. 135-136)
inde abit ulterius mediique per aequora ponti
fert praedam: pavet haec litusque ablata relictum
respicit et dextra cornum tenet, altera dorso
inposita est; tremulae sinuantur flamine vestes.
«Y por fin se lleva a su presa por las aguas del mar abierto. Ella está llena de miedo, y mientras se la lleva se vuelve a mirar hacia la costa que va quedando atrás, con su mano derecha se agarra a un cuerno, y la izquierda reposa sobre el lomo. Sus ropas tiemblan agitadas por la brisa.»
Mi tesis es que Tiziano pudo leer Leucipa y Clitofonte en la traducción latina de Annibale de la Croce (1.544 incompleta y 1.554 ya completa), aunque más seguramente lo haría en la traducción italiana de la obra, ya en los Ragionamenti Amorosi de L. Dolce (incompleta, de 1.546), ya en la de F. A. Coccio de 1.551 que conoció una gran difusión en Italia [4]. No creo que Tiziano leyera la obra en griego. Por otro lado, al igual que su compatriota Botticelli, que pintó su cuadro «La Calumnia» según la descripción de Luciano de Samosata en su relato «No debe creerse con presteza en la calumnia» de una pintura de Apeles , así hizo Tiziano con la descripción de Aquiles Tacio de esta pintura que contempla a su llegada a la ciudad de Sidón.
Ahora me voy a por Luciano…
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Aquiles Tacio es un novelista griego que, según la opinión común de la filología helénica moderna, escribió su Leucipa y Clitofonte en el s. II d. C, probablemente de mediados a finales de este siglo, siendo así casi contemporáneo de mi querido Luciano de Samosata.
El texto que sigue es un fragmento del libro I de Leucipa y Clitofonte (I, 2-12), prácticamente en su comienzo, en el que el propio Aquiles Tacio describe pormenorizadamente una pintura que contempla. La traducción es de mi profesor de la Facultad, Dr. D. Máximo Brioso Sánchez para la Editorial Gredos (Dafnis y Cloe. Leucipa y Clitofonte. Babiloníacas. Madrid, 1.997 reimp., pp. 171-174)
«A mi llegada a este lugar [Sidón], como hubiese escapado de un gran temporal, dediqué un sacrificio, por haberme salvado, a la diosa de los fenicios: Astarté es como la llaman los sidonios. Mientras paseaba, pues, por el resto de la ciudad y examinaba los exvotos, veo colgada una pintura con un paisaje a la vez de tierra y mar: el cuadro tenía por tema Europa, el mar era el de Fenicia; la tierra, la de Sidón. En la tierra había un prado y un corro de doncellas. En el mar nadaba un toro y sobre su lomo iba sentada una hermosa joven que en dirección a Creta en el toro navegaba. El prado lucía una melena de abundantes flores, entre las que se entremezclaba una tropa de árboles y matas [1]. La arboleda era espesa, las hojas formaban un techado: las ramas entrelazaban sus hojas, y así esta urdimbre de las hojas se convertía en techumbre de las flores. El artista había pintado hasta la sombra bajo las hojas. Y el sol caía suavemente en chorros dispersos por el prado , en la medida en que el pintor había entreabierto el compacto techo de la fronda de las hojas. Una cerca rodeaba todo el prado y éste se extendía por el interior de la corona de las techumbres. Arriates de flores estaban plantados en hileras bajo las hojas de los arbustos: narcisos, rosas y mirtos. por medio de la pradera del cuadro fluía agua, tanto brotando de la tierra como derramándose por entre las flores y las matas. Estaba pintado un jardinero empuñando un almocafre, encorvado alrededor de una reguera, abriéndole camino a la corriente. Y en el límite del prado por donde había sobre el mar salientes de tierra, el artista había puesto a las doncellas. Su actitud era de júbilo y temor [ ¿ ? ], unas guirnaldas les ceñían las frentes, las cabelleras les caían sueltas por los hombros, sus piernas estaban por entero desnudas, por arriba libres de la túnica hasta las rodillas; el rostro lívido, las mejillas contraídas, los ojos de par en par y fijos en el mar; un poco entreabierta la boca, como si, del miedo, fueran a lanzar un grito; y los brazos extendidos, como en dirección a la res. Pisaban la orilla del mar, de modo que la ola alcanzaba a cubrir ligeramente los dedos de sus pies; daban la impresión de querer echar a correr como hacia el toro, pero temer entrar en el mar. El mar tenía un doble colorido, pues el cercano a la tierra era rojizo y azul oscuro el de las aguas más profundas. Había representados espuma, peñas y oleaje: las peñas proyectadas por encima de la tierra, la espuma blanqueando los peñascos, la ola con sus crestas deshaciéndose en torno a las peñas en espuma. El toro estaba pintado en medio del mar, montado sobre las olas, alzándose como un cerro el oleaje donde la pata doblada del toro se curvaba. La joven estaba sentada en medio de su lomo, no a horcajadas, sino de lado, con las dos piernas juntas sobre el flanco derecho, y sujeta con la izquierda al cuerno como un auriga a la rienda, pues también el toro se volvía más bien hacia esa parte, llevado por tal rienda hacia la mano que tiraba. Una túnica ceñía el pecho de la doncella hasta la ingle; desde ahí una capa le cubría la parte inferior del cuerpo. La túnica era blanca, de púrpura la capa, y a través del vestido se le marcaba el cuerpo: hundido el ombligo, el vientre dilatado, esbelto el talle, ensanchándose su esbeltez al descender hasta la cadera. La curva de lo senos avanzaba suavemente por delante del pecho. El cinturón que comprimía la túnica también cerraba el paso a los senos, y la propia túnica era un espejo de su cuerpo. Las dos manos estaban distanciadas, una sobre un cuerno, la otra sobre la cola, pero a ambas, de una a otra, por encima de la cabeza las unía el velo que estaba desplegado en torno a su espalda; por todas partes se tensaba la curva que formaba la tela, lo que daba, por obra del pintor, el efecto del viento. Y ella se sentaba sobre la res igual que en una nave en plena ruta, usando como velamen esa tela. En torno al toro danzaban los delfines [2], jugueteaban Amores: se hubiera dicho que incluso sus movimientos habían sido allí pintados. Eros tiraba del toro: Eros, un menudo infante, tenía abiertas sus alas, ajustada la aljaba y cogido el fuego. Estaba vuelto como hacia Zeus y sonreía, igual que mofándose de él porque por su culpa se había convertido en toro.»
La descripción nos habla de una pintura de un detalle tal que no creo que fuera posible sino en un gran formato de superficie.
Y, después de leer el texto, me acordé del cuadro que sigue, y me pregunto si las semejanzas entre texto y pintura serán casualidad. He subrayado y puesto en negrita las partes del texto que creo que están representadas en la obra de Tiziano. Tal vez el pintor leyera a Aquiles Tacio. Hay otras descripciones del rapto de Europa en Mosco, II, en el Diálogo de los muertos de Luciano, XV, 2 ss. y en las Metamorfosis de Ovidio, II 833 ss. [3]
Tiziano, «El rapto de Europa» (1.559)

Notas:
[1] Efectivamente, tras las tres doncellas de la orilla hay representadas matas y vegetación mas no con el detalle y la profusión que describe el escritor.
[2] Bajo la pata delantera del toro hay un gran pez representado, pero no parece un delfín. Asimismo, el Amorcillo de la zona inferior izquierda va montado sobre un pez grande, pero tampoco parece un delfín. En cualquier caso, no siendo delfines, hay representados peces como en la descripción del texto.
[3] No he tenido tiempo de consultar aún estos textos. Tal vez nos darían una perspectiva distinta de la apreciación en la que se basa este artículo. A lo mejor tengo que actualizarlo dentro de unos días.
[4] Brioso Sánchez, Máximo: «Introducción» a Leucipa y Clitofonte, en Dafnis y Cloe. Leucipa y Clitofonte. Babiloníacas. Madrid, 1.997 reimp., p. 164.