Cuando escribo esto no estoy frente al ordenador, me encuentro de nuevo en Sevilla, en la Avenida o Paseo de las Delicias (no es aún la Avenida de La Palmera), frente a la Plaza de América del Parque de María Luisa, entre Heliópolis y La Carbonería, que podría decirse precisamente. Estoy en los Jardines de las Delicias de Arjona, conocidos como «Jardines de las Delicias». Es éste un lugar romántico de la ciudad que ha sido por fin rehabilitado y adecentado de su lamentable estado. Desde el verano de 2007 cuenta con un cerramiento en todo su perímetro. Las rotondas, los jardincillos, las fuentes, los estanques, los árboles, las esculturas, todo ha sido restaurado y devuelto a su antigua dignidad. Ahora podemos contemplarlo en su máximo esplendor. Esperemos que permanezca así por siempre este rincón mágico y que no sea de nuevo castigado por la ignorancia y el vandalismo de personas irrespetuosas.

La primera traza de los jardines, más o menos como hoy los conocemos, data de 1.825. En 1.864 se incorporaron a éste varias esculturas procedentes del Palacio Arzobispal de Umbrete. Lo que más me interesa ahora es destacar de estos jardines no sólo su belleza paisajística y su importacia ecológica sino también la cantidad de esculturas y elementos relativos a la mitología grecorromana que se encuentran allí.

Si entramos por la puerta norte, la que se abre por el lado del antiguo Pabellón de Argentina de la Exposición Iberoamericana de 1.929, después Instituto Murillo y hoy Conservatorio Superior de Danza, descubrimos enseguida, a la izquierda de un paseo de naranjos, la escultura de Venus con Cupido niño. Alzada sobre pedestal, la diosa Venus, cubierta en parte por una delicada tela que se recoge ella misma con la mano izquierda, acaricia la cabeza de Cupido niño, que se le abraza a la pierna, como si buscara su protección. Por desgracia, la diosa fue decapitada. Yo la conocí con su cabeza, así que el acto vandálico debió producirse sobre mediados de los años 80 del s. XX.

Siempre joven, risueña eternamente
la Musa hija de Chipre me acompaña,
y vive en mí como esplendor creciente
de un sol que se levanta en la montaña.
Luis Rodríguez Figueroa: «Venus adorata».
Si seguimos hacia adelante, muy pronto encontramos la Glorieta de Urania, que, como su propio nombre indica, debe su denominación a la imagen que representa a la musa de la Astronomía. Mirando hacia su derecha y cubierta con un manto de cintura para abajo, la imagen de Urania se nos presenta sosteniendo en su mano izquierda una bola que representa al globo terráqueo y en su mano derecha unos rollos de documentos, posiblemente cartas astronómicas o de navegación. Por fortuna, esta efigie se ha librado del ataque de los vándalos. Muy posiblemente, esto se debe a la protección que durante tantos años le han prestado el alto pedestal sobre el que se erige la figura y el frondoso jazmín que tiene su casa alrededor de dicho pedestal.
Un poeta sevillano (del que un día no muy lejano daré interesantes y desconocidas noticias) paseaba por estos jardines en su infancia y juventud, por eso no es raro que le dedicara a Urania un poema, al que pertenecen estas estrofas:
Musa la más divina de las nueve
del orden bello virgen creadora,
radiante inspiradora de los números
a cuyo influjo las almas se levantan
de abandono mortal en un batir de alas.
…
Si en otros días di curso enajenado
a la prosa inútil, su llanto largo y fiebre,
hoy busco tu sagrado, tu amor, a quien modera
la mano sobre el pecho, ya sola musa mía.
Tú, rosa del silencio, tú luz de la memoria.
Luis Cernuda: «Urania»

Algo más adelante nos encontramos con la «Fuente del niño de la caracola» conocida popularmente como «Fuente de Neptuno». La escultura representa a un tritón niño con una caracola en su mano derecha sobre la boca, soplando para atraer a las criaturas marinas con su sonido. Arremolinado en torno a él se encuentra un extraño pez cuya boca sirve de surtidor a la fuente. Parecieran como hermanos estos dos seres así unidos pero independientes. Tanto el cuerpo como el pedestal de la fuente son de mármol blanco. El basamento de la misma es de piedra formando un mosaico de motivos geométricos.

En la playa he encontrado un caracol de oro
macizo y recamado de las perlas más finas;
Europa le ha tocado con sus manos divinas
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.
He llevado a mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas,
le acerqué a mis oídos y las azules minas
me han contado en voz baja su secreto tesoro.
Así la sal me llega de los vientos amargos
que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos
cuando amaron los astros el sueño de Jasón;
y oigo un rumor de olas y un incógnito acento
y un profundo oleaje y un misterioso viento…
(el caracol la forma tiene de un corazón).
Rubén Darío: «Caracol»
Siguiendo en la misma dirección hacia adelante, llegamos al Paseo del Líbano. Sobre el «Salón Alto» de dicho paseo, y sobre las esculturas de dioses que allí se encontraban puede leerse aquí la debida información.
Desde este lugar, un tanto escondida por la frondosidad de los jardines y la generosidad de la naturaleza a la que siempre perteneció este personaje, descubrimos la estatua del dios Pan. Pelo y barba erizados, cuerpo de hombre, patas de macho cabrío y un vellón que cubre parte de su torso. Así se nos muestra el dios agreste, tal vez sus manos hoy perdidas portaran una flauta o caramillo.
Y entonces era en la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas,
con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.
…
Ruben Darío: «Yo soy aquel que ayer no más decía…»
Si giramos ahora hacia la derecha, y seguimos adelante, llegaremos a una de las dos praderas de césped con que cuentan estos jardines. En ella podremos encontrar los restos escultóricos de una fuente, antaño gloria de la Sevilla de la Exposición Iberoamericana de 1.929. Me refiero a la, por mala fortuna desaparecida, Fuente de los conquistadores de la Plaza de Colón. Situada junto a algunos de los pabellones de dicha Exposición, al modo clásico italiano, pero con un marcado estilo propio, la fuente fue desmantelada y las esculturas que se pueden ver en la primera imagen (la de la fuente en su estado original) fueron llevadas a los jardines que nos ocupan. (La fotografía de la fuente es de Julio Domínguez Arjona)

Esta monumental fuente fue obra del arquitecto José Granados de la Vega. La estatua del centro es la figura alegórica de Iberia, obra de Francisco Marco Díaz Pintado. A ambos lados de la misma se encontraban dos estatuas masculinas semisedentes que representaban al río Guadalquivir de Sevilla (la de la derecha de la imagen), obra de Agustín Sánchez Cid, y al río Magdalena de Colombia (la de la izquierda de la imagen), obra de José Laffita Díaz, como símbolo de hermanamiento entre España e Hispanoamérica.
De la airosa fuente, gracia y orgullo de la Sevilla de otra época, sólo quedan hoy día las tres estatuas.

«Iberia» de Francisco Marco Díaz Pintado
Tocada con el mismo atuendo y los mismos adornos que la Dama de Elche, la imagen de Iberia aparece al modo de una diosa, sosteniendo en su mano izquierda una especie de «racimo de la abundancia».
Las dos imágenes alegóricas de los ríos Magdalena de Colombia y del Guadalquivir andaluz están colocadas, tal vez como recuerdo del pasado, cada una a un lado de la estatua de Iberia. Son dos jóvenes en postura semisedente, de estilo clásico. La imagen que representa al río Guadalquivir presenta además una cabeza de toro y un «ramico de la abundancia», con espigas de trigo y frutas variadas.
La brisa convierte al río
en fina cota de malla.
Mejor cota no se halla
si no la congela el frío.
Poema del rey árabe sevillano Al-Motamid y de la muchacha Itimad la Romaiquía (que se convirtieron en marido y mujer)

«Río Guadalquivir» de Agustín Sánchez Cid

«Río Magdalena» de José Laffita Díaz
Los pedestales que sustentan a las esculturas de Venus y Cupido niño, Urania y Pan son obra del portugués Cayetano de Acosta (o Cayetano da Costa), de una fecha desconocida del s. XVIII.
Y con esto termina el delicioso recorrido clásico por los Jardines de las Delicias de Arjona de Sevilla. ¿Habré encontrado, por fin, Luminolandia?¿Habré encontrado el paraíso?
Es Domingo de Ramos, son las 19:20 h., estoy sentado en un banco de hierro de forja, rodeado de naranjos en flor de azahar que aportan una fragancia muy dulce al aire. Una brisa suave acaricia con timidez las hojas de los árboles que me rodean; no estoy alegre, pero tampoco triste: mi mirada se pierde con tranquilidad por entre la frondosidad de los jardines en algún punto de la nada. De pronto pasa una pareja joven con una niña pequeña de cabello claro y ojos de verde y miel, muy grandes. Es preciosísima. Me sonríe y le sonrío. El color de sus ojos…me dejo llevar…recuerdos, evocaciones de un pasado rabiosamente reciente. El ambiente es propicio para que afloren los sentimientos verdaderos y profundos.
¡Cómo me miró la niña!
¡Cómo la miraba yo!…
¡Eran tan dulces sus ojos
y tan ingenua su voz!
…
Saulo Torón: «Encargo de ausencia»
Deja paso el atardecer a las primeras penumbras de la inminente noche. Parece como si hubiera una ligera bruma. Desvarío; todos lo hacemos alguna vez. Me vienen a la memoria unos versos de Bécquer y unas frases de El coloquio de los pájaros.
Me marcho, vuelvo a casa. Y parece que sangrara de la herida el cielo de Sevilla.

Sevilla, 16 de marzo de 2.008.