«Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la psique; responden a una necesidad y llenan una función: dejar al desnudo las modalidades más secretas del ser»
Mircea Eliade (1)
Leemos en el cuento de Jorge Luis Borges «El inmortal»:
“Homero compuso la Odisea; postulando un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea.»
Y yo añado a eso que lo imposible es no VIVIR siquiera una vez alguna de sus circunstancias.
Ricardo Palma, en sus Tradiciones peruanas, nos cuenta un pequeño relato en el que un extranjero desconocido, al que siempre acompaña fielmente un perro de agua, llega a Lima, se queda prendado de una joven casada y pasa un tiempo pretendiendo a esta virtuosa dama. Cuando la negativa de ella, firme y contundente, llega, el extanjero le clava un puñal en plena calle y, horrorizado por su crimen, termina disparándose en la cabeza. El hombre no es enterrado en lugar santo y ninguno de los que fueron sus amigos en vida fue a darle el último adiós.
Ni los compañeros de libertinaje con quienes derrochara sus caudales el infeliz joven dieron muestra de aflicción por su horrible desventura. Y eso que en vida contaba los amigos por docenas.
Rectifico. La fosa de Mauro Cordato tuvo durante tres días un guardián leal que no permitió se acercase nadie a profanarla; que se mantuvo firme en su puesto, sin comer ni beber, como el centinela que cumple con la consigna, y que al fin quedó sobre la tumba muerto de inanición.
Desde entonces, y no sin razón, los viejos de Lima dieron en decir: «El mejor amigo… un perro». (2)
Un salto de más de un siglo nos lleva a Cádiz. En la «Tacita de Plata» un señor afectado del riñón iba asiduamente al Hospital Puerta del Mar para su tratamiento de diálisis. Su perro Canelo lo acompañaba siempre y lo esperaba en la puerta del hospital. En una de estas revisiones el señor falleció dentro del recinto hospitalario. Canelo esperó, como siempre, fielmente a su dueño en la puerta… ¡12 años!, hasta que, viejo, muy viejo como era, lo atropelló un coche al cruzar la calle. A los pocos meses de estar Canelo a las puertas del hospital, los trabajadores de la perrera municipal se lo llevaron, pero el pueblo gaditano solicitó su indulto. La asociación Agadén lo adoptó y se encargó de cuidar de él. Pero el perro nunca permanecía con la familia que lo adoptaba mucho tiempo y volvía una y otra vez a la puerta del hospital a esperar a su querido amigo. La gente de Cádiz lo cuidaba y Canelo se convirtió en el perro del pueblo, en el perro de todos.
Foto de Canelo ya envejecido (imagen vista aquí)
En Cádiz tiene dedicado el callejón anexo al hospital en el que solía merodear y un relieve en la pared recuerda a este excepcional animal.
Relieve en homenaje a Canelo (Imagen vista aquí)
A estas alturas, con las pistas del título, muchos/as amigos/as, ya sabrán lo que viene a continuación. Es la historia de un rey griego que fue a la guerra de Troya y que, en el momento de marcharse de su tierra querida, criaba a un perro adiestrándolo como cazador. Es la historia de un rey griego que estuvo diez años en la guerra y diez años vagando perdido por el Mediterráneo. La historia de un náufrago que consiguió llegar a su patria y que, por consejo de una diosa, se disfrazó de mendigo para que no lo reconocieran sus enemigos. La historia, en fin, de un perro escuálido de veinte años tirado en un montón de estiercol; un perro que fue el único que reconoció a su dueño, que movió la cola y que, sin poderse levantar por su debilidad, murió satisfecho tras haber vuelto a ver al que tanto quería. (3)
Así éstos conversaban. Y un perro que estaba echado, alzó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Odiseo, a quien éste había criado, aunque luego no se aprovechó del mismo porque tuvo que partir a la sagrada Ilión. Anteriormente llevábanlo los jóvenes a correr cabras montesas, ciervos y liebres; mas entonces, en la ausencia de su dueño yacía abandonado sobre mucho fimo de mulos y de bueyes que vertían junto a la puerta a fin de que los siervos de Odiseo lo tomasen para estercolar los dilatados campos: allí estaba tendido Argos, todo lleno de garrapatas. Al advertir que Odiseo se aproximaba, le halagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas ya no pudo salir al encuentro de su amo; y éste cuando lo vio enjugóse una lágrima que con facilidad logró ocultar a Eumeo, a quien hizo después esta pregunta:
—¡Eumeo! Es de admirar que este can yazga en el fimo, pues su cuerpo es hermoso; aunque ignoro si, con tal belleza, fue ligero para correr o como los que algunos tienen en su mesa y sólo por lujo los crían sus señores.
Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo:
—Ese can perteneció a un hombre que ha muerto lejos de nosotros. Si fuese tal como era en el cuerpo y en la actividad cuando Odiseo lo dejó al irse a Troya, pronto admirarías su ligereza y su vigor: no se le escapaba ninguna fiera que levantase, ni aun en lo más hondo de intrincada selva, porque era sumamente hábil en seguir un rastro. Mas ahora abrúmanle los males a causa de que su amo murió fuera de la patria, y las negligentes mozas no lo cuidan, porque los siervos, así que el amo deja de mandarlos, no quieren trabajar como es razón; que el largovidente Zeus le quita al hombre la mitad de la virtud el mismo día en que cae esclavo.
Diciendo así, entróse por el cómodo palacio y se fue derecho a la sala, hacia los ilustres pretendientes. Entonces la Moira de la negra muerte se apoderó de Argos después que tornara a ver a Odiseo al vigésimo año. (4)
¡Qué historias las de la Odisea!
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(1) Eliade, M.: El mito del eterno retorno. Madrid, 1982 (4), p. 12
(2) Ricardo Palma: «El mejor amigo, un perro»
(3) Véase también la historia del perro Hachiko.
(4) Odisea, XVII, 290-326, traducción de Luis Segalá y Estalella.
Así éstos conversaban. Y un perro que estaba echado, alzó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Odiseo, a quien éste había criado, aunque luego no se aprovechó del mismo porque tuvo que partir a la sagrada Ilión. Anteriormente llevábanlo los jóvenes a correr cabras montesas, ciervos y liebres; mas entonces, en la ausencia de su dueño yacía abandonado sobre mucho fimo de mulos y de bueyes que vertían junto a la puerta a fin de que los siervos de Odiseo lo tomasen para estercolar los dilatados campos: allí estaba tendido Argos, todo lleno de garrapatas. Al advertir que Odiseo se aproximaba, le halagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas ya no pudo salir al encuentro de su amo; y éste cuando lo vio enjugóse una lágrima que con facilidad logró ocultar a Eumeo, a quien hizo después esta pregunta: |
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306 | —¡Eumeo! Es de admirar que este can yazga en el fimo, pues su cuerpo es hermoso; aunque ignoro si, con tal belleza, fue ligero para correr o como los que algunos tienen en su mesa y sólo por lujo los crían sus señores. | |||||
311 | Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo: | |||||
312 | —Ese can perteneció a un hombre que ha muerto lejos de nosotros. Si fuese tal como era en el cuerpo y en la actividad cuando Odiseo lo dejó al irse a Troya, pronto admirarías su ligereza y su vigor: no se le escapaba ninguna fiera que levantase, ni aun en lo más hondo de intrincada selva, porque era sumamente hábil en seguir un rastro. Mas ahora abrúmanle los males a causa de que su amo murió fuera de la patria, y las negligentes mozas no lo cuidan, porque los siervos, así que el amo deja de mandarlos, no quieren trabajar como es razón; que el largovidente Zeus le quita al hombre la mitad de la virtud el mismo día en que cae esclavo. | |||||
324 | Diciendo así, entróse por el cómodo palacio y se fue derecho a la sala, hacia los ilustres pretendientes. Entonces la Moira de la negra muerte se apoderó de Argos después que tornara a ver a Odiseo al vigésimo año. |