(Para Juanvi, que nos alegra los miércoles con más arte que Hermes)
1-Después de la abundante presencia de Zeus en el corpus de fabulas de Esopo analizada en otro artículo, destaca la figura del dios Hermes. Ya premiando a sus devotos y a los hombres justos (fábulas nº. 87 “La oca de los huevos de oro” y nº. 173 “El leñador y Hermes”), ya relacionándose con los artesanos, de los que precisamente era dios protector [1], ya intentando seducir y persuadir al adivino Tiresias tal como hiciera con Apolo al que le robó su rebaño de vacas mediante un hábil ardid, el dios de las sandalias de oro mantiene la imagen de simpatía y popularidad de la que gozó en Grecia [2]. Las virtudes como su astucia, ingenio y buena disposición para cumplir las misiones de Zeus (cf. la fábula nº. 102, donde Hermes le insiste a Gea en que las órdenes de Zeus deben cumplirse) no deberían ensombrecer su valentía, pues Hermes fue de los pocos dioses que asistieron a Zeus cuando éste quedó vencido, encerrado por Tifón y despojado de sus tendones y músculos. Hermes y Pan robaron esos miembros y se los devolvieron a Zeus, posibilitando así la victoria final y el reinado de la luz sobre las tinieblas, del orden sobre el caos. Su papel principal y el más productivo en sus apariciones en la fábula, como ya se ha dicho, es como mensajero y fiel subalterno de Zeus.
2-Pero destaca más en otras curiosas apariciones que nos revelan la personalidad de este dios. Por ejemplo, la fábula que comparte con el adivino Tiresias (nº. 89 “Hermes y Tiresias”) pone de manifiesto su carácter ingenioso, al intentar engañar al vidente. El epimitio se dirige a los ladrones. Hermes era dios de los ladrones, por esto, seguramente se habrá elegido su figura para hacerlo aparecer en esta fábula, sin olvidar el precedente ya señalado de la “experiencia” de Hermes en robar ganados ajenos a otros dioses (Apolo).
3-En otras fábulas aparece mezclándose sin pudor con los seres humanos, especialmente con los de oficios artesanales o manuales y con los caminantes [3], de los que era patrón el dios (nº. 88 “Hermes y el escultor”; nº. 99 “El vendedor de estatuas”; nº. 103 “Hermes y los artesanos”; nº. 173 “El leñador y Hermes”; nº. 178 “El caminante y Hermes”). En la fábula nº. 178, es Hermes (que no aparece directamente sino en la invocación de un caminante que comparte con el dios su ingenio y su descaro) el burlado por un caminante de talante sofista. En ella se nos presentan los llamados dísssoi lógoi, argumentos dobles o fuerza dialéctica para hacer pasar por bueno el argumento malo. El caminante embauca con sus sofismas al dios, en lo que parece ser una fábula contra los sofistas.
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[1] Cf. Himnos órficos XXVIII a Hermes, donde el dios está presente en muchas actividades laborales, preferentemente artesanales.
[2] Prueba de esta popularidad son los llamados “hermas”; esculturas de la divinidad que servían para delimitar los caminos (también Hermes era patrón de los caminantes y viajeros por su propia naturaleza de mensajero de los dioses) y que se colocaban también en las entradas de las casas. Además, vid., por ejemplo, en el arte griego, la estatua del dios con Dioniso niño de Praxíteles descrita por Pausanias en su Descripción de Grecia V, 17 (Hermes fue protector de la niñez de Dioniso). Durante la Guerra del Peloponeso, la decapitación de los “hermas” en Atenas, justo antes de la expedición a Sicilia, causó gran conmoción entre la población y fue considerada como un acto de impiedad e interpretada como señal de malos presagios. (Tucídides, VI, 27-28): “Pero entre tanto, todos los Hermes de mármol que había en Atenas –de acuerdo con una costumbre local hay muchos tallados cuadrangularmente delante de las casas particulares y de los templos- en su mayoría resultaron mutilados por su parte delantera la misma noche. Nadie conocía a los culpables, pero se les intentó encontrar con la promesa de grandes recompensas públicas y además se decretó que cualquier ciudadano, extranjero o esclavo que supiese de la existencia de algún otro sacrilegio, lo denunciara garantizándole la inmunidad. El suceso era considerado con excesiva importancia, ya que se tomaba como un presagio de la expedición y se creía que su fin era el apoyo de una conjura revolucionaria y el derrocamiento de la democracia” (Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. Ed. de Francisco Romero Cruz. Madrid, 1.988)
[3] Hermes es igualmente protector de los caminantes. Las estatuas cuadrangulares llamadas “hermas” no sóló estaban en las puertas de las casas particulares, sino que también cumplían la función de mojones de caminos.